El Begijnhof o Beaterio es lugar sobrecogedor. Es una ciudad dentro de la ciudad. Aquí por encima de todo reina el silencio y así lleva siendo desde hace 800 años.
Fundado por Margarita de Constantinopla en 1245, desde la Edad Media, en estas casas han vivido mujeres muy poco convencionales. Eran mujeres de una cierta posición social que decidían vivir en comunidad. Su trabajo era servir a Dios y hacer caridad, pero sin llegar a hacer votos. Nunca resultaron muy cómodas para la jerarquía eclesiástica.
En los tiempos medievales la mujer tenía un papel muy limitado en la sociedad. Prácticamente sus opciones pasaban por casarse o entrar en un convento. Y para complicar más las cosas. las Cruzadas se llevaban decenas de miles de hombre a Tierra Santa. Ellas se quedaban solas, junto a otras muchas jóvenes. Había muchas mujeres y la sociedad no tenía sitio para ellas. Los beaterios fueron una salida.
Los beaterios fueron muy populares en esta parte de Europa. Tanto que acabaron por despertar la preocupación de la autoridades religiosas. Veían en ellos un movimiento demasiado autónomo. Así que no tardaron en acusarlos de ser centros de herejía o brujería. 70 años después de crearse este begijnhof, el Papa prohibió el movimiento.
Sin embargo, en Flandes consiguieron librarse gracias al apoyo de los condes. También tuvieron que aceptar una cierta supervisión por parte de las autoridades eclesiásticas. Esto les permitió sobrevivir a lo largo de los siglos. En 1928 murió la última de las beguinas.
Hoy en el beaterio de Brujas viven religiosas, pero sus puertas están abiertas durante el día. Es un pequeño espacio fácil de recorrer. Una vez entras por la puerta blanca al final del puente recorre el patio central . El extremo opuesto es la parte más antigua del Begijnhof y tiene algún rincón con verdadero encanto. Si Brujas es en sí, un mundo aparte, este lugar es un mundo aparte de Brujas.