Realmente ni había oro ni relucía por lo limpio que estaba. La ironía forma parte del carácter checo: como estaba tan sucia y tenía tan mala fama, lo bautizaron así: Callejón del oro; para hacer una broma.
Pero ni la suciedad ni las malas compañías hicieron que Franz Kafka desistiera de vivir y trabajar en el número 22 del Callejón del Oro. Jaroslav Seiffert, Premio Nobel de Literatura, también vivió aquí. Y a base de quedarse, personajes como ellos cambiaron la fama de este ‘barrio’, integrado en las gigantescas proporciones del Castillo de Praga.
Franz Kafka recogió sus impresiones sobre el Callejón del Oro en su relato ‘El Castillo’. Ese cuento, igual que ‘La Metamorfosis’ y muchos otros, ha llegado a nuestros días porque no se respetó su deseo de quemar sus manuscritos tras su muerte. Todavía hoy hay un conjunto de cuadernos personales, requisado por los nazis, en paradero desconocido y que algunos expertos siguen buscando.