Reconozco que siempre que tengo una sesión de fotografías los nervios hacen presencia en mí. Y con la Primera Comunión de Ana también fue así. Quizás suene raro, pero me gusta. Esos nervios no son paralizadores sino motivadores. Pienso en cómo sorprender, en cómo hacer que la niña se relaje delante de la cámara y me deje ver su verdadero yo. En el caso de Ana es verdad que ya nos conocíamos de antes. El baloncesto y la Primera Comunión de su hermano Pablo ya le han permitido estar ahí delante. pero nada es lo mismo cuando eres la protagonista.
Puede que en tu cabeza hayas planeado algunas fotografías, iluminaciones, poses. Nada de eso sirve cuando toca fotografiar a una niña. Porque lo verdaderamente bonito ocurre de manera espontánea. Sí, cierto es que el fotógrafo debe estar atento y con todo preparado. Pero para conseguir ese momento tan especial, debemos dejar a un lado toda esa técnica y centrarnos en disfrutar tanto como ellos.
Y entonces comenzamos la sesión. Si tú estas nervioso, imagínate como estará ella. Así que comencemos por hacer que el ambiente sea más lúdico y divertido, que las bromas hagan acto de presencia y que nos cuente algunas cosas sobre su día a día. Ana nos contó que su hermano era el más bromista de la casa y siempre estaba haciéndole reír. Bueno, a veces también le hace de rabiar. Pero creo que eso es inevitable.
Después pasamos el turno con la familia. Aunque es algo que me suelo guardar para el final, la sesión en este caso me invitaba a tenerlos también delante de la cámara. Pablo, Ángela y José Luis venían hoy más formalitos que en la comunión de Pablo. pero lo que no han perdido son sus ganas de pasárselo bien.
Después de este rato de fotos conjuntas Ana comenzó a brillar con luz propia en la sesión, dejando fotos muy naturales en las que apenas tenía que intervenir. Sólo dejar que las cosas ocurran y estar ahí para fotografiarlas.
Y con esa sensación de agradecimiento y de haber disfrutado acabamos una sesión de Primera Comunión que tiene como muestra la galería que aquí os dejo.